La gente acude a terapia por los motivos más diversos: ansiedad, rupturas de pareja, problemas familiares, problemas laborales, inquietud de procedencia desconocida….
Y lo que uno se encuentra cuando empieza un proceso terapéutico es a uno mismo.
El proceso terapéutico consiste en auto-conocerse: conocerse a uno mismo, profundizar.
Me sirve la imagen del iceberg para describirlo: una parte visible que conocemos y mostramos y una parte sumergida (por lo tanto invisible), y muy grande, que muchas veces ni nosotros conocemos.
En ese fondo encontramos ideas profundamente enraizadas sobre nosotros y el entorno: con la terapia podemos identificarlas y ver que queremos hacer con ellas. Muchas veces son ideas que tenemos tan instauradas que ni las ponemos en duda (yo no puedo, yo no sirvo, a mi no se me da bien, a mi eso no me gusta….) Durante el proceso terapeutico veremos a qué se deben esas ideas y cuanto hay de cierto en ellas.
De pequeñitos ya decidimos como íbamos a actuar frente al mundo y aunque es más que probable que esas maneras ya no nos sirvan, seguimos usándolas sin querer o sin darnos cuenta y sin saber que debajo de eso, que podemos llamar carácter, subyace un verdadero yo (más triste, más alegre, más introvertido, más locuaz, más …) al que no solemos hacer caso y que anda en el fondo del mar, oculto, en la sombra.
La terapia nos sirve para conocer a ese yo, para vivir en el presente, para decidir como adultos qué somos a dónde queremos ir y cómo queremos ir.
¡Encantada de conocerme!
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