Eso seguro que todes lo hemos dicho alguna vez, o ¿para qué voy a llorar, si no se lo merece? Como si el otro fuese a beneficiarse de nuestro llanto. (vendría a ser como decir, no voy a comer que no se lo merece)
Pero las emociones tienen un propósito y es necesario, beneficioso, bueno para nosotres sentirlas. La rabia pone límites, el miedo avisa de peligros, la tristeza nos ayuda a procesar, la alegría a grabar situaciones beneficiosas para volver a buscarlas... Así en súper resumido.
Si no nos permitimos llorar o enfadarnos nos estamos haciendo un flaco favor. Pero ¿y porqué?
Así de primeras diría que es por la incomodidad, hay emociones que son incómodas, que nos ponen en un lugar que no nos gusta y nos cuesta sostener y quizás más si hay un otro involucrado en la situación: no me puedo enfadar con mi jefa, no me voy a poner triste en una fiesta, no debería tener miedo de conocer a alguien... Y también son físicamente incómodas sobretodo cuando son urgentes.
Según Gabor Maté (psiquiatra, psicólogo especialista en trauma) los adultos que recurren a ese patrón de gestión emocional han sido niños no acogidos en sus emociones "para un niño no es ningún consuelo sentir tristeza o ira si no hay nadie para recibir estas emociones y aportar consuelo"* Es decir, el niñx necesita gestionar su emocionalidad con un adultx que acompañe. Si no probablemente se desborde y la incomodidad pueda con él.
Cuando en una familia hay alguna emoción no bien aceptada, ira, tristeza y miedo se llevan la palma porque son las incómodas, el niñx no aprende a aceptarla en si mismo, no sabe qué hacer con ella y por tanto la rechaza.
Y así nos convertimos en adultxs que no encontramos el sentido a la emoción y rechazamos de pleno sentir porque no sirve para nada.
Y sí que sirve.
*del libro Cuando el cuerpo dice no
Comentarios